Pongamos que tienes una empresa y haces una subcontrata.
Pongamos que una vez realizado el trabajo que tú pagarás a plazos, te enteras de que la empresa subcontratada no liquida con sus trabajadores y como existe el precedente de, bajo sentencia legal, haber tenido que pagar por dos veces una misma factura, una al empresario y otra a los asalariados impagados por este primero; decides congelar el pago de los mismos hasta que el supuesto responsable se haga cargo de su deuda.
Pongamos que un buen día se te plantan en la oficina, en la que sólo están el inánime director financiero y las cinco niñas que llevan los temas de administración, tres individuos reclamando lo que se debe, con frases tan amables como por ejemplo:
– «Aún me duelen las mano de rompel.le los diente a l’último que no quería de pagá»
Pongamos que el inánime director financiero, es, además, socio de la empresa pero presa del pánico decide escurrir el bulto aduciendo que no es más que un simple currito sin voz ni voto, ante lo cual, los, según él, tres armarios, se despiden diciendo:
– «Lo bemo intentao po la buena. A la cinco vorvemo, a ven que pasa»
Pongamos que nada más salir por la puerta, el director financiero, al que desde ahora me referiré como «el inane», moviliza al resto de socios y llama a los Mossos. Los primeros proponéis acudir a la cita armados con mangos de pico ¿? Los segundos aconsejan denunciar, aunque no se sabe muy bien a quién, y dicen que se les avise para personarse en la oficina si la cosa se pusiera fea. Ya se sabe: ir por ir es tontería.
Pongamos que a las 17:00 h., con puntualidad británica y bajo un ambiente más tenso que una cena de Navidad con el Rey y Chávez como invitados, suena el timbre.
Falsa alarma. Sólo era un inoportuno mensajero.
Pongamos que cinco minutos después, «los armarios» llaman por teléfono para confirmar su cita. El renegado «inane» les dice que hasta las 17:30 no estará el gerente.
– «Po a las cinco tamo allí plantao como un Pepe. Ea, con Dió»
Pongamos que llegan y ya con la oficina en pleno a su alrededor, mientras «el inane» se queda sin habla, uno de los socios intenta explicarles que no se niegan a pagarles, sino que no pueden hacerlo porque su jefe es quien debe y bla, bla, bla.
– «¿Lo entiendes, Juan?»
– «Ahmmmm. Sí, aro, aro. Po supuet.to»
– «Porque comprendes que no es de recibo que nosotros tengamos que hacernos cargo…»
– «No, aro. Eso nostá bien, aro»
– «… así que, arregladlo con él, porque nosotros no podemos pagaros…»
– «No, no, a… ¡¿Cómo?! Entonce, ¡¡¡¿¿¿no vai a pagan.no???!!!»
Pongamos que en éstas, alguien avisa a los Mossos que hacen acto de aparición. En ese mismo instante, como por arte de magia, «los armarios» menguan de los supuestamente iniciales, siempre según «el inane», 1.90 m. a menos de 1,70m. el más alto.
– «¿Pero cómo nos dice el señó que nos ha denunciaoooo? Hombre, por Dióoooo. ¡¡¡¿¿¿Que nosotro los vemo amenazao???!!! No, hombre, nooooo. Nosotro lo único que queremo é de cobrá, que si llego hoy a casa sin los dinero mi mujé se divorcia. Que tenemo que dal.le de comé a nuestros hijo. Pero namás q’eso».
Tú, viendo que el único testigo, el ínclito inane, no dice «esta boca es mía», le instigas:
– «Pero inane, ¡¡¿es verdad o no que te han amenazado?!!»
– «Eeerrr… hombre… lo que han dicho de que iban a partirme las piernas no me ha gustado mucho…»
Pongamos que los Mossos median, les convencen de que vayan a reclamarle al señor que los había contratado y aquí paz y después gloria, que en el fondo parecen buena gente y os apiadáis de ellos al saber que si cursáis la denuncia, irán al trullo puesto que los tres tienen antecedentes.
Cosas veredes, querido Sancho.